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CO.INCIDIR 66
Hay aromos en la esquina del pasaje, justo a la entrada de la casa de la señora Tina, la misma que apretaba los alfileres en su boca mientras medía la siza y el canesú del vestido para el día 15, el que estrenaría la torta de la mano del padre y el camino que se abría a un nuevo año.
Agosto era una especie de nueva vida, antesala de primavera donde los pistilos amarillos llegaban siempre por adelantado. Agosto era el merengue partidito en porciones justas para los niños que traían esos regalos que más valía nunca abrirlos, porque de lo contrario los aromos marchitarían sus células de oro y la mañana reventaría como una burbuja ciega.
Nadie hace caso al lamento del aromo, menos al hechizo de las burbujas. Insensatez.
Siempre es mejor mirar las cajitas de lejos y ensoñarse emergiendo de ellas veleros inmensos como nubes, ráfagas de avestruces corriendo hacia el sur, globos aerostáticos estacionando más allá de los nidos que nadie recuerda.
Siempre es mejor detener el tiempo y navegar sobre la sutil y extensa alegría de la esperanza y el misterio.
Los secretos tienen una especie de sombra de oro, una risita eterna, el placer de todo lo posible, la promesa de todo lo deseable.
Los secretos, como los aromos, tienen que vivir eternamente en agosto, y ahí quedarse con la cabeza bajo el sol y a medio día, para siempre, estático, hasta la próxima vida.
Yo no sé a quién le ha dado por cumplir años en otros meses.
Agosto es el único mes posible; no hay opciones cuando te conciben bajo la luna de escorpio y te sueltan en medio de ADNs vegetales, justo el día elegido por las vírgenes para volar al cielo.
Yo siempre he creído que los volantines de la primavera son, en realidad, vírgenes atadas a las manos de los crucificados, prendidas en los dedos con alfileres saliendo de la boca de la costurera, la misma que plantó la vida eterna a la entrada de su casa para iluminar las húmedas paredes que repetían vestidos de niñas de cumpleaños, paredes que finalmente fueron cayendo sobre la vida y el pasado de todos.
Agosto fue un hechizo de los dioses, un encender algo que es el cielo, algo que es el mar, algo que se llama vida y que camina hacia el derrumbe que nos duele, una ensoñación que nos fue dada sin pedirla y que luego se nos quita sin vencerla.
Hay hechizos que más vale no provocar.
Mejor nos quedamos en silencio porque, ante la muerte, a los dioses se les olvida que el libre albedrío se respeta.
Yo espero que pasemos agosto, todos lo que quieren Co.incidir.
Bienvenidos a la edición del mes de los aromos y su esperanza de primavera.
Malicia
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