CO.INCIDIR 88

Que mis palabras sean balas en los ojos que te cegaron, no para apagarlos sino para encenderlos. La esquina de las tardes suman explosiones, el paso de cebra, el saludo de mañana, el vecino que carga la jornada, el eco del retorno. El trayecto de siempre -dices entre sueños- el camino distante, el presagio. Hay galaxias que laten sobre tus ojos, Fabiola, te observan, nos observan, galaxias con un ojo central que circula sobre todos nosotros, sobre el silencio, sobre los murmullos que somos, murmullos, sólo murmullos en el corazón de la muerte. Hay galaxias que nacen y mueren en tus ojos, gaseosas, multicolores, lo sabes, bailarinas, musicales, las imaginas. La cartera firme entre las manos, -camina conmigo, no me dejes sola- el silencio acecha, se yergue, divisa un casco, se esconde la muerte, corre detrás de las murallas, se cruza ante la micro. -Me tropiezo con una piedra, es pequeña y no me hace caer -piensas. Un gorrión hacia el poniente, un pájaro huérfano. Ya no vuelan en bandadas como en los años bajitos de Rancagua. Las golondrinas cobraron venganza. Yo alcancé a verlas sobre los cables quietas, solemnes. Miraban algo a la distancia, un secreto que susurraban con las alas. El silencio agita el alma en paz. El último gorrión golpea las alas contra el cielo. Y caen tus ojos sobre el piso, se derrama el poniente, la sonrisa, el vecino, las venganzas, todo se vacía hasta tocar la sombra, la infinita, la para siempre, luego las voces confundidas, simultáneas, sin origen, explosión de pequeñas galaxias sonoras, la palabra dibuja al que huye, al cobarde. No hay distancia entre tú y la inmensidad de la memoria. Sólo golondrinas que vuelan hacia el amanecer.

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