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CO.INCIDIR 71
Se abre un portal. La nueva década es una ola gigantesca que viene del poniente. Un tsunami de posibilidades, humedad que choca con nuestros ojos.
Una bandada sobrevuela la gran ola. Doce en un mismo giro, doce latiendo al centro del silencio; la frente y el viento son la razón de su ascensión.
Allá abajo, más abajo del agua, avanzamos de madrugada la alameda de la victoria, a saludar el inicio de una década.
Al borde del río, las otras aves devuelven sus alas; las aves del año que se retira, pero no muere. Ya no es el viejo que había que desterrar, el viejo que, en un pestañeo del recuerdo, era el mismo niño-ave que traía una promesa diminuta cuatro estaciones atrás. Las aves del ciclo que se retira fueron soltando una a una las semillas en cada estación. Cada sobrevuelo era un vigía de su evolución.
El año no moría, crecía hasta encenderse en la última primavera, estallando de semillas germinadas, de aves enloquecidas de dignidad, de mareas estallando en los muros de la inequidad. La última primavera fue la fiesta previa a la última fiesta, esa que levantamos con nuestras propias manos, en medio de la oscuridad, la noche, las estrellas, recobrando cierta memoria ancestral, donde todos éramos tribu recién brotada, éramos los que vendrían a mudar el mundo, éramos los sobrevivientes de la nada. Y ahora, nuevamente estábamos allí, en la fiesta que no tenía escenario principal, porque toda la calle era escenario, multiverso coexistiendo en perfecta armonía, sin tropezarse, sin estorbarse, con plena conciencia de que la vida y el mundo son tan vastos como para seguirlo disputando como lo hacen los buitres de palacio, los mismos que con la baba goteando de fastidio, sueñan caminar por las calles de la libertad, que esa noche, de cara al viento, elevaba una sola canción.
Cientos de miles abriendo la puerta cósmica de las 12 aves de la nueva década.
Los metales avanzando sobre la sangre y el sudor de los que partieron, eran tuba, platillos, trombones cambiando balas por campanas; desfile, en baile; lágrimas fallecidas en luciérnagas inmortales; la vida que ahora yace en las estrellas, junto a los rascacielos, sonreía contemplando al pueblo despierto.
Las doce aves, de las doce tribus, de los doce templos de la esperanza, son los meses, las horas, los códigos, Gea que nos salvará del desastre, porque la tierra sabe quién es quién, y aquellos que danzaron bajo las estrellas y los rascacielos, serán los que funden la vida que nace al fin del mundo, debajo de la tremenda ola que se llama DIGNIDAD.
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