CO.INCIDIR 112

Conocí la amistad cuando abrí los ojos ese invierno del 64, allá tan lejos, en una ciudad que, de tan silenciosa, era amarilla y somnolienta. Era anciana desde el día que nació, su risa emergía de la ausencia total de dentadura, la que fue desgranándose sobre el ataúd de la madre, frente a la ventana de las tardes a solas, detrás de la vitrina, llevando los platos, arrastrando la escoba, trasladando uno a uno los lutos y las cargas que la encorvaron para siempre jamás. Pero, principalmente, su risa llegaba a mí desde sus ojos, los ojos mansos de mi abuela, mi guely, la primera amiga, el primer amor incondicional, el humilde, el inofensivo, el permanente. Su risa se trasformaba en voz clara, cristalina, cuando me decía que ella era rica: que esta casa pobre que me guarece del frío y de la lluvia, gracias, señor, que esta cama donde duermo y descansan mis huesos, gracias señor; que la vecina que me fía tiene el negocio al lado de mi casa, gracias señor, que los curaítos de la calle que me acompañan para que no me asalten, gracias señor; y lo único que me faltaba era una estufa para el invierno ¡y tu tía Aída me regaló una!, ¡cómo no voy a ser rica!, cómo no voy creer en mi dios, decía ella emergiendo luminosa de la risa y los brazos en alto tratando de alcanzarlo un día. La amistad perfecta era su voz, claridad y rocío bajando por laderas y acantilados donde yo siempre esperaba, destruida y aterrada, a que llegara en medio de las aguas, pisada invisible, húmeda como las luciérnagas que jamás he visto. La extraño a veces casi siempre, cuando hay vacío de ternura, cuando nadie escucha, cuando no se agradece, cuando el miedo gana a la misericordia, cuando recuerdo, cuando viajo a solas, cuando miro a mi Cocó, cuando no sé qué decirle a Luciano, cuando no hay consejo ni luz posible que amaine mi tristeza, ahí la extraño. Ella se llamaba Azor, ave, primera amistad, y la busco en la voz buena, en los ojos compasivos, en la humildad, en la verdad, en la honradez, en la fe perpetua, en el amor. No es fácil encontrarla, pero su dios me ha regalado su vida eterna; su mirada se multiplica cuando la esperanza se reúne los domingos, cuando Luchow come chocolates a escondidas, cuando la Claudia repite que el Migranol se toma antes de la jaqueca, cuando la Vivi soporta mi mal genio, cuando la Ester da risotadas en la cocina, cuando la Anita me mira con cariño; la veo en la dignidad de mis amigas hermanas, en la fuerza de la Lili, en la dulzura de los ojos del Mati. Ella vive en cada amigo que nace, en todos aquellos que nacerán, en las aguas del puerto que aún no me cautiva, en las noches y sus estrellas que ya me cautivaron. Porque no hay amor más grande que dar la vida día a día por un hermano, y ella lo hizo hasta su último suspiro. Esa es la amistad, no otra, y yo la tuve desde esa mañana de agosto del 64 cuando me esperaba para ser mi mejor amiga. Con ella aprendí que la amistad es el más alto grado del amor. Bienvenidos, bienvenidas a la edición de Marzo, cuyo tema es LA AMISTAD.

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