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CO.INCIDIR 100
El frío trae en sus ojos un ave de oriente que no se sabe si sueña o se goza en su inhalación. Una línea bajo sus párpados y el ángulo al centro de tus ojos.
Se repite la noche cien veces como fractales; pétalos y pétalos, y un universo explosivo, profundo y esquivo.
Yo sólo pedí ser invitada. Supe de la llegada de la masa polar a eso de las cinco. Se repitieron las horas, los minutos. Más de cien, más; no hubo sincronía, porque tampoco se sabía que yo hablaría días más tarde sobre esta ilusión de los meses y los números. Entonces todo era libertad. Lavado de loza, rascado de espalda a la pequeña, un abrazo del adolescente retornado, renovado, en paz, mirada serena, sonrisa incipiente, pero cierta. Todo en su lugar.
A eso de las 5 la dama de hielo estaba en Ñuble y distinguí la carretera donde van quedando atrás la noche y sus fractales, entumecida.
Una burbuja de hielo silenciosa avanza, millones de moléculas, adustas, frías, atentas a la línea del viento, van vaciando la escarcha en los tímidos brotes de los hijos de los hijos de los árboles que fuimos olvidando hace años.
Sólo pedí verla llegar, sacudida por el viento, con la memoria del norte ya consumido, con la historia secreta de los virus, con la tristeza sombría de los muertos de la guerra, con los campos devastados y las orillas de las olas ennegrecidas. Ella que recorrió tanta tierra saqueada, tanto perjurio, tanto secreto a voces de jueces y abogados corruptos; ella, que de tanto bajar la cabeza para avanzar a la velocidad de la luna, congeló el ave que habitaba su corazón de hielo, y, decidida, pariendo kilómetro a kilómetro óvulos escarchados, hizo su entrada a mis ojos justo antes de tragarme el sueño y su muerte.
Y la ciudad fue un arborecer explosivo, tótems alabando la llegada de la burbuja de hielo, la inmensa, la gestante. La ciudad a esa hora enmudecida mirando a ambos lados, liberada en los semáforos, tragada por las habitaciones de los sueños, enloquecida por el viento, sucumbió al encanto de los ojos del ave de oriente que sólo agradecía desde su cama el gozo de la exhalación y su despedida.
El alma, roca de hielo, se torna menguante bajo el universo profundo y esquivo.
Bienvenida edición centenaria, al nuevo planeta que nos aguarda sólo para co.incidir.
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