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CO.INCIDIR 73
No sé si habrá existido un marzo más largo que éste.
Las banderas y los cantos van sobre las marchas como una bandada de pájaros libertarios, vuelo rozando la cúpula de la iglesia que hoy recibía el ataúd del cura obrero.
El canto de los marginados avanzaba por la última alameda de la libertad.
Ya mañana será el pueblo abandonado a su suerte, pájaros detenidos en las postas de urgencia, esperando el turno de la tarde para caer de los nidos, para ser llevados por la corriente, sin vacuna alguna en los estantes de los supermercados, multiplicando las monedas imaginarias que los harán sobrevivir para volver a ser explotados.
El virus que navegaba al interior de los carros de detención, en las bombas lacrimógenas, en las colusiones, se inflamó sobre el mundo hasta guardarnos para no molestar a nadie.
Nunca hubo una cárcel más necesaria. Nunca un silencio que llenara los balcones de cantos, nunca el miedo se había convertido en conciencia, en cuidar al otro, en esperar la próxima lluvia del próximo invierno como la aparición de un milagro.
La noche es absoluta, cubre el amanecer y la penumbra. Todos sueñan con despertar vivos mañana y ver pasar las horas dibujadas con las sonrisas de sus hijos.
Porque nunca la muerte durmió con todo el planeta al mismo tiempo, la gigantesca muerte que abrió las alas de su misterio para cada uno, la muerte justa, la desprendida, la que alcanza para todos.
Nunca habíamos tenido la certeza de ser un sólo cuerpo en extinción.
Por eso ahora, emprendamos la retirada, guardemos la lucha hasta que se inflame del espíritu de todos los muertos, los de octubre, los que reposaban en los jardines del mar, los que migraron al bosque siempreverde del valle, los que han descansado por siglos en los pantanos y en los espejos de agua. Llevemos la oración hasta el centro, evoquemos la memoria que se desborda para hablarnos de nuestro origen, escuchemos las voces del eterno retorno para, por fin, transitar la tierra nueva, la patria grande, la tribu completa contemplando la hoguera.
Emprendamos ahora la lucha con nuestras propias sombras, las mismas que nos persiguen de noche en los sueños, la que sale de nuestra boca hiriente, la que acapara el agua en la sequía, la que usurpa identidades, la que saquea en las catástrofes, la que asesina mujeres, la que abandona a sus hijos, la que desde sus tronos y palacios esclaviza al pueblo, la que busca su provecho como si cuando no quede mundo tendrá con quien jactarse de su soledad.
La historia y su milagro la estamos escribiendo nosotros.
Aceptamos la embestida porque es un derecho de guerra, como lo es nuestra alegría y las alas que reciben los disparos para transformarlos en granos de resurrección.
Es hora de replegarse hacia la última batalla, la que por eones se ha librado en nuestro propio corazón.
Si ganamos ahí dentro, el paraíso nos será devuelto.
Me lo dijo el cura obrero que murió justo el día en que la plaga azotó la tierra que lo iba a guardar para siempre.
Sin duda él también quiso co.incidir.
Bienvenida edición de los 73 meses, la edición de la última esperanza.
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