CO.INCIDIR 96

Una lágrima cae sobre la frente, una bala de hielo, un puñal en las manos de los niños; los de allá, los lejanos, los que guardaban en sus cajones las mascarillas, los que esquivaron la muerte durante dos años; las madres lavando sus manos, limpiando la cara, llamando a comer. Una bala de hielo no se sabe de dónde porque los demonios se encargaron de entrar en todos los sueños y cambiar de sitio las certezas del inconsciente. Y al despertar no pudimos abrir la puerta de la pesadilla, nos quedamos adentro golpeando las ventanas antes del bombardeo, escondiendo al gato porque se venía el ruido, las carreras, los edificios apagándose bajo sus ruinas. Y los gritos eran portaviones, luces con muerte adentro, pirotecnia yendo de un lado a otro como en los juegos de video, el mismo que no apagué cuando mamá me dijo y me quedé hasta tarde mientras ella dormía. No hay forma de despertar a tantas madres muertas. Yo las veo correr con sus niños y le digo "no me dejes, falta un hijo" y ella gira la cabeza y me veo entre sus brazos, no sabe que estoy en un sueño y que si despierta moriré para siempre; entonces retrocede, me abraza y una lágrima cae sobre mi frente, esa bala de hielo que cruza el mundo y no se sabe dónde ni cuándo se detiene. La muerte es el sueño que nunca termina.

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