CO.INCIDIR 109

El año cae como caen los ciclos en la vereda del sueño, hundiéndose en la memoria, expandiendo micelios hasta encontrar el germen de todos los afanes; hasta allá, saltando uno por uno los escalones que descienden, los que llegan hasta la vela consumida, hasta el vaho señal de fuego, cántaro vacío, fiesta hilarante a siglos de distancia. Un centímetro, un segundo y el aire, cauce que nos abraza, travesía donde los pájaros cantan como nosotros, vuelan como nosotros, abren sus ojos ante la puerta del retorno, como nosotros, cerrándolos en la despedida, dejando lágrimas para la lluvia y el parto humedecido y brutal. ¿Quién abraza el pedazo de escombro en que nos convertimos? ¿Tan rápido transitar del agua al aire, del aire a la tierra, de la tierra al fuego? Y el llanto, el escalofriante llanto que se derrama en vérnix caseosa y construye una historia, una larga y afanosa historia que se dispersa en micro células sobre las rocas y el mar. Allá quedamos, diseminados, bullendo líquenes, raíces, follaje difícil de pintar como dice Huxley, pero tan serenos como el árbol que duerme de noche. Toda la tierra sueña la memoria de las hojas cuando descienden los escalones, uno a uno, llevadas por el viento. La última edición del año lleva la voz de la esperanza.

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