CO.INCIDIR 65

No sé por qué me persigue el blanco. Ya no es la página, casi le he perdido el miedo. La mañana pálida y fría me guiña desde su nacimiento como guiñan los amaneceres en la soledad del norte, el norte del norte, allá donde el silencio es una forma de existir. Pero este blanco de Julio me lleva más al oriente, muy lejos del frío, más cerca del recuerdo de otro Julio, un amigo hermano tan blanco como este mes. Blanco que lleva la esperanza, blanco que lleva la alegría. Un blanco tan transparente que lleva al otro blanco que vive muy cerca de mi corazón. Dos blancos porque lo han merecido, porque han recuperado para todos nosotros la dignidad del blanco, la sabiduría, el respeto que todo blanco se merece y lo habíamos olvidado. Ellos y su vasta memoria, esa donde cabe el mundo entero, todos los anhelos, el sueño del despertar, ese reciente, el que siempre olvidamos; ellos llevan la luz en su sonrisa, en su humildad, en su sosiego, en el entusiasmo. Esos blancos nos han recordado que todos somos iguales, que no hay derecho mayor que tratarnos como hermanos. Ellos, nuestros dos blancos nos devolvieron la tierra para volver a sembrarla de la infinita esperanza. Hay pájaros girando sus fulgurantes alas sobre un planeta inmenso. La tierra se avecina bajo ellos y saben que no hay límites ni nubes que oscurezcan el tránsito eternamente. Saben que el destino es una decisión del placer del vuelo y la distancia es un presente eterno como la vida antes de morir. Nosotros, los pájaros nuevos, sabemos que los blancos no vuelan tan lejos, que siempre su mirada está atenta y sonriente, que más vale un vuelo alegre que un destino adusto. Nuestros blancos bailan en Julio, se hablan, se organizan, y saben que tras ellos, cientos de pájaros han formado un solo cuerpo, una sola respiración que los hace co.incidir. Bienvenida edición de Julio, en el blanco invierno de los pájaros blancos.

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