CO.INCIDIR 115

Los pájaros dialogan con premura sobre las nuevas hojas del jacarandá. Es un canto inusual, un llamado de atención. El jacarandá sufrió el bramido del viento, aquella exhalación desmesurada, enloquecida del invierno. No era el viento de las aves ni del baile de las cipselas, era un monstruo batiendo el grito agónico, era la furia de la muerte corriendo por los laberintos y callejones de la ciudad. Y ahí estaba el jacarandá, como un niño en la noche, al final de la calle, esperando el azote en su rostro. Sólo me confiaba en aquello de los bambúes y el roble. Vi cómo te balanceabas después del miedo, cómo el miedo se convertía en risa, cómo al paso del embiste más fuerte, tu risa ya era baile, fiesta, pavor, pasión, revuelta, liberación, revolución, fortaleza. El viento, como la fatalidad, son sólo muros de resistencia. Sin ellos nunca podrías conocer tu fuerza ni tu próxima primavera, Jacarandá. La dualidad en la que existimos está llena de compasión. ¿Quién decidió que tu semilla brotara frente a mis ojos? ¿Por qué no hubo silencio y sólo paso del viento hasta el próximo jacarandá? ¿Por qué te mostraste desnudo y agónico por tantos días para este amanecer elevarte con ramas nuevas y hacerme sentir que todo es un gran milagro? Octubre y tus revoluciones, tus genocidios, tus resurrecciones. Mi hermano nació en octubre y noviembre se lo llevó bajo el Acacio que estaba muy lejos de mi casa y del jacarandá.

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